Deuteronomio 10:14-16
14 He aquí, al Señor tu Dios pertenecen los cielos y los cielos de los cielos, la tierra y todo lo que en ella hay. 15 Sin embargo, el Señor se agradó de tus padres, los amó, y escogió a su descendencia después de ellos, es decir, a vosotros, de entre todos los pueblos, como se ve hoy. 16 Circuncidad, pues, vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz.
Hace unos meses, estaba predicando en medio de una gran congregación de metodistas. Los hermanos estaban todos muy avivados, dando toda clase de respuestas a mi sermón, asintiendo con la cabeza y gritando "¡Amén!", "¡Aleluya!", "¡Gloria a Dios!" y cosas similares. Me despertaron completamente, mi espíritu se vio estimulado y prediqué con una fuerza y vigor inusuales, y, cuanto más predicaba, más gritaban ellos "¡Amén, aleluya, gloria a Dios!". Al final, una parte del texto me llevó a lo que se considera alta doctrina. Así que dije: esto me lleva a la doctrina de la elección. Se produjo una profunda contención del aliento. "Ahora bien, amigos ¿la creen?", ellos parecían decir "No, no la creemos". Sin embargo, sí lo hacéis, y yo haré que cantéis "¡Aleluya!" sobre ella. La predicaré de tal forma que reconocerán esta doctrina y la creerán.
Así que lo puse de esta forma: "¿Acaso no hay diferencia entre ustedes y otros hombres?", "Sí, Sí, ¡gloria a Dios! ¡gloria!". Ahí hay un hombre que ha estado en la misma capilla que ustedes, escuchado el mismo evangelio, él es inconverso, y ustedes son conversos. ¿Quién ha marcado la diferencia, ustedes mismos o Dios? "¡El Señor!" dijeron ellos, "¡El Señor! ¡Gloria! ¡Aleluya!". Sí, clamé yo, y esa es la doctrina de la elección; eso es todo por lo que disputo, que si existe alguna diferencia, es el Señor el que hace la diferencia. Un buen hombre se acercó a mí y dijo "¡Estás en lo correcto muchacho, estás en lo correcto! Creo en la doctrina de la elección; no creo en ella tal y como es predicada por algunos, pero creo que hemos de dar la gloria a Dios; hemos de poner la corona en la cabeza correcta".
-Traducido de un texto del sermón 303, predicado el 11 de marzo de 1860 por Charles Spurgeon.
No hay comentarios:
Publicar un comentario