jueves, 23 de enero de 2020

Deseos para la palabra

Salmos 119:97

¡Oh, cuánto amo yo tu ley!
 Todo el día es ella mi meditación.

Este es un buen deseo acerca de la palabra de Dios: Que las Santas Escrituras tengan una autoridad que viene del corazón y el manuscrito de Dios mismo. Por esta estrella, soy guiado como los sabios de oriente fueron a Jesucristo. Deseo poner un gran precio en cada parte de la Palabra de Dios. Estimo la ley de sus labios por encima del oro y de la plata. ¡Oh que pueda yo clamar con poder a Dios de forma que Él abra mi corazón para recibir la palabra con todo afecto, y que la flecha del predicador sacada del carcaj de las Escrituras haga blanco y perfore mis más amados pecados!

Quiero que el peso de la palabra se hunda tan profundamente en mi corazón que pueda yo limpiar mis caminos, y que el sonido del mundo nunca me obstruya de oír la voz de Dios. Oro para que el evangelio no venga a mí solo en palabra, sino también en poder, para que yo pueda acudir a él con una hoja en blanco y alistarme en lo que sea, o con una cera blanda para que Dios imprima sobre mí lo que a Él le agrade. ¡Oh, que yo contemple al Señor de forma tan efectiva en ese espejo que sea yo cambiado a su imagen, de gloria en gloria!. En especial, deseo poner mis pecados al frente de esta batalla espiritual, como Urías, que fue muerto a propósito, que las piedras pulidas de los arroyos del santuario sean lanzadas con tanta habilidad, y con una mano tan potente, que se hundan en la frente de mis pecados para que mueran y sean destruidos. Deseo que después de que la semilla de la palabra sea sembrada, haya lluvias de bendiciones desde el cielo para que broten frutos de justicia para la gloria de Dios, y que sean buenos para mi alma.

Debido a que el evangelio es un plato que no se pone en todas las mesas, sino por medio de la gracia concedida sobre mí, deseo nunca levantarme de esta comida espiritual antes de haber dado gracias al Maestro. No solo deseo de escuchar la palabra, sino vivir como un santo, y que sea conocido por la marca de mi oreja que soy una oveja de Cristo, siguiéndole a donde quiera que vaya.

-George Swinnock

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