martes, 25 de febrero de 2020

La inconstancia de nuestros pensamientos

Mateo 26:33

Entonces Pedro, respondiendo, le dijo: Aunque todos se aparten por causa de ti, yo nunca me apartaré.

El ser humano cambia, y ¡cuán infinita distancia existe entre el hombre y un Dios inmutable! Esto nos llevaría a abatirnos bajo nuestro sentimiento de no ser nada en la presencia del Creador. En la caída, el hombre fue herido en su cabeza y en el corazón. La herida en la cabeza lo hizo inestable en la verdad, y la del corazón inestable en sus emociones. Esto lo convierte en un barco sin piloto y sin velas, llevado de aquí para allá por cada soplo de viento. Nos tambaleamos entre Dios y Baal. Mientras estamos proponiéndonos algo, miramos hacia atrás a Sodoma. En ocasiones nos vemos elevados con intenciones celestiales y abandonamos por el momento nuestras preocupaciones terrenales. Nuestras resoluciones son como letras sobre el agua. Amamos a Cristo hoy como Juan, y lo traicionamos como Judas mañana. Estamos resueltos a ser ángeles santos en la mañana, y cuando llega la tarde, esta nos contempla como impuros demonios. Pedro juró lealtad, y casi con el mismo aliento juró en contra de Él. La carne pone su deseo contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne. Hasta en una persona buena ¡cuán a menudo se encuentra un letargo espiritual! A pesar de que no habla mal de Dios abiertamente, no siempre lo glorifica. No abandona la verdad, pero no busca el descanso en ella. ¡Qué difícil es hacer que nuestros pensamientos y afectos se mantengan en su puesto! Si los dirigimos hacia algo bueno, estarán volando alejándose como un pájaro de rama en rama. ¡Esto es algo que debería preocuparnos! Aunque podamos finalmente permanecer en la verdad, y envolver nuestros propósitos con una firme red, y aunque el Espíritu pueda triunfar sobre la carne en nuestra práctica, deberíamos lamentarnos por la inconstancia de nuestra naturaleza. La estabilidad que tenemos nos viene de la gracia. ¡Qué contrario es esto al inmutable Dios, que siempre es el mismo! Y Él quiere que fuéramos iguales en nuestras promesas de fe y nuestras resoluciones para bien.

-Stephen Charnock

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