Mateo 18:25
A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda.
No podemos apreciar las buenas nuevas del evangelio hasta que veamos nuestra profunda necesidad. La mayoría de la gente, incluso los creyentes, nunca han pensado mucho en cuán desesperada era nuestra condición fuera de Cristo. Pocos piensan alguna vez en las aterradoras implicaciones de estar bajo la ira de Dios. Y ninguno de nosotros se da cuenta de cuán verdaderamente pecadores somos.
Jesús una vez contó una historia (en Mateo 18:21-35) acerca del siervo de un rey que debía a su amo diez mil talentos. Solo un talento equivalía a unos veinte años de sueldo para un obrero. ¿Por qué utilizaría Jesús una cantidad tan poco realista cuando sabía que, en la vida real, para un siervo sería imposible acumular una deuda así?
A Jesús le gustaba usar hipérboles para dejar claras las enseñanzas. Esa inmensa suma representa una deuda espiritual que todos nosotros debemos a Dios. Es la deuda por nuestros pecados. Para cada uno de nosotros es una cantidad desorbitada.
De eso trata el evangelio. Jesús pagó nuestra deuda al completo, e hizo aún mucho más. También compró para nosotros una herencia eterna de infinito valor. Es por eso que Pablo escribió acerca de las inexcrutables riquezas de Cristo en Efesios 3:8, y Dios quiere que disfrutemos de esas riquezas aquí y ahora, incluso en medio de la dificultad y las circunstancias que nos desalientan.
Si no tenemos una convicción de pecado de corazón, no podemos tener un sentimiento serio de interés personal en el evangelio. Lo que es más, esta convicción debería crecer a lo largo de nuestras vidas cristianas. De hecho, es un signo de crecimiento espiritual el tener una cada vez mayor conciencia de nuestro pecado.
-Jerry Bridges
Escucha esta reflexión en: https://youtu.be/aB3r_YLiCcM
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