Lucas 1:5-7
5 Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, cierto sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías, que tenía por mujer una de las hijas de Aarón que se llamaba Elisabet. 6 Ambos eran justos delante de Dios, y se conducían intachablemente en todos los mandamientos y preceptos del Señor. 7 No tenían hijos, porque Elisabet era estéril, y ambos eran de edad avanzada.
¡Qué gran testimonio se nos da en este pasaje acerca del caracter de Zacarías y Elisabet! Importa poco si interpretamos esta "justicia" que se menciona como aquella que se imputa a todos los creyentes en su justificación, o aquella que es trabajada interiormente en los creyentes mediante la operación del Espíritu Santo para su santificación. Estos dos tipos de justificación nunca están separados. No existe nadie justificado que no sea santificado, y no hay nadie santificado que no sea justificado. Es suficiente para nosotros saber que Zacarías y Elisabet tenían gracia en un tiempo en que la gracia era muy escasa, y que ambos guardaban las pesadas normas de la ley ceremonial con una conciencia devota, cuando pocos israelitas se preocupaban por ellas excepto en nombre y forma.
Lo principal que nos concierne a todos nosotros es el ejemplo que esta pareja santa muestra a los cristianos. Esforcémonos por servir a Dios fielmente y vivir plenamente según su luz, como hicieron ellos.
No tenían hijos, y esa era una prueba pesada que a Dios le agradó poner sobre Zacarías y Elisabet. Toda la fuerza de estas palabras apenas puede ser entendida por los cristianos modernos. Para un antiguo judío esta era una aflicción muy pesada. No tener hijos era una de las tristezas más amargas (ver 1 Samuel 1:10).
La gracia de Dios no exime a nadie de los problemas. Recordemos esto si servimos a Cristo, y no consideremos que las pruebas son cosas extrañas. Creamos que una mano de perfecta sabiduría es la que mide toda nuestra porción, y que, cuando Dios nos disciplina, es para hacernos partícipes de su santidad (Hebreos 12:10). Si las aflicciones nos llevan más cerca del Cristo, de la Biblia y de la oración, son bendiciones positivas. Puede que ahora no lo pensemos así. Pero lo veremos de esa forma cuando nos despertemos en otro mundo.
-J.C. Ryle
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