Mateo 12:18-21: "18 He aquí mi siervo, a quien he escogido; Mi Amado, en quien se agrada mi alma; Pondré mi Espíritu sobre él, Y a los gentiles anunciará juicio.19 No contenderá, ni voceará, Ni nadie oirá en las calles su voz.20 La caña cascada no quebrará, Y el pabilo que humea no apagará, Hasta que saque a victoria el juicio.21 Y en su nombre esperarán los gentiles"
El alma del Padre rebosa con gozo sobre la mansedumbre de siervo y la compasión de su Hijo.
Cuando una caña está doblada y a punto de romperse, el Siervo Jesús la sostendrá derecha hasta que sane. Cuando el pabilo humea y apenas le queda calor, el Siervo Jesús no lo apagará, sino que lo guardará con su mano y soplará con suavidad hasta que arda de nuevo.
Por eso el Padre clama: "¡He aquí mi Siervo, en quien se agrada mi alma!" El valor y belleza del Hijo no vienen de su majestad, ni solamente de su mansedumbre, sino de la forma en que ambas se mezclan en una proporción perfecta.
Cuando el angel clama en Apocalipsis 5:2 "Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?" La respuesta es en Apocalipsis 5:5 "No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos".
Dios ama la fuerza del León de Judá. Es por eso que es digno a los ojos de Dios para abrir el libro de la historia y desatar los últimos días.
Pero el cuadro no está completo. ¿Cómo venció el León? el siguiente versículo describe su apariencia: "y en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado". Jesús es digno del agrado del Padre no solamente como León de Judá, sino también como el cordero inmolado.
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