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Isaías 45:25
En el Señor será justificada y se gloriará toda la descendencia de Israel.
No solo hemos de ser justificados por Dios, sino también gloriarnos en Él. Los seres humanos pueden utilizar la evidencia de la gracia de Dios en sus vidas, pero solamente como medio para un fin mayor.
Aunque un sentimiento cristiano de haber pecado es una gracia, no es la gracia que nos une y nos hace interesarnos en Cristo. El sentimiento de pecado no es algo que exalte a Cristo en sí mismo. En el sentimiento de haber pecado existe algo que es natural y algo que es espiritual. Lo natural consiste en la tristeza, la tribulación, la auto humillación, abatimiento, ansiedad mental. En su misma naturaleza estas cosas no son más que un retirarse del alma dentro de ella misma, con un aborrecimiento de aquello que produce su tristeza y dolor. Detenerse en ese punto es sentarse antes de alcanzar a Cristo para recibir la vida o el consuelo.
No nos equivoquemos. No puede haber un sentimiento evangélico del pecado y la humillación donde no hay una unión con Cristo (Zacarías 12:10). El sentimiento de pecado en sí mismo y en su propia naturaleza, no es suficiente. Cristo es el único descanso para nuestras almas. En cualquier cosa y por cualquier objetivo, detenernos antes de llegar a Él, es perderle.
No es suficiente con ser, por así decirlo "prisioneros de la esperanza", sino que hemos de convertirlo en nuestra fortaleza (Zacarías 9:12). No es suficiente con estar "trabajados y cargados", sino que hemos de "ir a Él" (Mateo 11:28-29). No es suficiente ser débiles y saber que lo somos, sino que hemos de "apropiarnos de la fuerza de Dios" (Isaías 27:5).
De hecho, buscar el perdón es el poder y la vida misma de la humillación cristiana. ¿Cómo sabrá un creyente que su humillación es cristiana y que su tristeza es de acuerdo a Dios? No haciendo como hizo Caín, que clamó porque sus pecados eran más grandes de lo que podía soportar, y luego se apartó de la presencia de Dios; no haciendo como hizo Judas, que se arrepintió pero se colgó; no haciendo como hizo Félix, que tembló por un momento, y luego regresó a sus lujurias; no haciendo como los judíos hicieron, "decayendo por su iniquidad" (Levítico 26:36) por la iniquidad de su corazón; no poniendo sus pensamientos en otras cosas para aliviar nuestra alma de la tribulación; no aferrándose a una justicia propia; no recostándose perezosamente en su confusión; sino que en medio de ello de todo ello se encomienda a sí mismo a Dios en Cristo para recibir perdón y misericordia.
Y es este dirigirse a Dios pidiendo perdón, y no el sentimiento de pecado, lo que da a Dios la gloria por su gracia.
John Owen (1616-1683), The forgiveness of sin
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