Números 11:4-6 4 Y la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! 5 Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; 6 y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos.
Una de las cosas que más le sucede al ser humano es que embellece bastante los recuerdos. Esto es lo que le pasaba a los israelitas que habían salido de Egipto. No se acordaban ya de que habían sido esclavos. No se acordaban de los latigazos, de las humillaciones y del duro trabajo, sino que tenían un recuerdo bonito de cuando comían pepinos, melones, puerros y cebollas en medio de su esclavitud.
Además, ese recuerdo les estaba haciendo ser desagradecidos con su actual situación. El desierto por el que el Señor les estaba llevando era una prueba dura, pero ellos no se quejaban ni del calor, ni de la arena, ni de la soledad del desierto. Sino precisamente de lo más divino que tenían en ese momento: el maná que venía de parte de Dios, del Cielo.
Y eso nos pasa un poco a todos. Recordamos, y tendemos a embellecer, a ver muy bonito en la mente todo lo que nos pasó, aferrándonos a eso. Si lo podemos hacer incluso con las cosas malas, mucho más con los recuerdos buenos y hermosos que tenemos de nuestra antigua casa, de nuestros antiguos amigos, de nuestros antiguos éxitos.
Los recuerdos no son malos en sí mismos, sino que muchas veces nos ciegan a lo bueno que podemos estar viviendo en el momento, y a lo bueno que puede estar aún por venir. Y es que hay dos formas de utilizar los recuerdos.
Recuerdo que produce amargura
Lo que tenían los israelitas en el desierto, era un recuerdo que producía amargura. Les cegaba a lo que Dios había hecho, a lo que estaba haciendo ahora (con el maná) y a lo que Dios iba a hacer (los llevaba a la tierra prometida). Era un recuerdo puramente centrado en el pasado, que robaba la esperanza de algo mejor.
Recuerdo que produce esperanza
Pero los recuerdos también pueden enfocarse a producir gozo y esperanza. Veamos que dice el rey David en uno de sus salmos.
Salmos 42
4 Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.
5 ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.
David, que está pasando por una situación de melancolía, recuerda tiempos mejores. Recuerda cuando dirigía al pueblo en alabanza hasta el templo. Pero no se queda en el pasado, sino que se proyecta hasta el presente. Le dice a su alma ¿por qué te abates? ¡Espera en Dios porque todavía va a venir una alabanza mejor que esa!
En un primer momento el recordar esas cosas que ha perdido, hacen que su alma se derrame, que sienta dolor dentro de Él. Sin embargo se dice a sí mismo: "Pero ¿por qué? ¿por qué has de abatirte? ¡Espera en Dios! ¡aún he de alabarle! ¡Dios no se ha ido, el sigue siendo mi salvación y mi Dios y volveré a tener grandes momentos de alabanza!"
La fe es la certeza de lo que se espera. Los tiempos pasados fueron hermosos, lo que queda por delante es mejor. Si Dios pudo darnos buenos momentos en el pasado, eso quiere decir que puede darnos buenos momentos en el futuro. De hecho, aun mejores.
Necesitamos visión
El ser humano es así por naturaleza: Es ciego a lo bueno que tiene en el momento, pero tiene muy buena vista para lo bueno que tuvo en el pasado. Si nos dejamos pasivamente llevar, tenemos tendencia a no ver lo bueno del momento hasta que lo perdemos. No es extraño que Dios tenga a veces que quitarnos lo bueno que tenemos en el momento para devolvernos la vista.
Observemos una oración de Pablo por sus discípulos.
Efesios 3:14-19
14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, .....17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
Necesitamos ver lo grande que es el amor de Cristo. Pablo oraba para que sus discípulos pudieran comprender y conocer el amor de Cristo. Es decir, llegar a sentir todo el amor de Dios es algo que necesita oración. Necesitamos oración para tener visión de que Dios me ama, de que está trabajando para mi bien en esta situación que no parece tan buena, y que me está llevando a una mejor.
El mismo Cristo nos dijo que teníamos que orar todos los días para no entrar en tentación, y el quedarnos en el pasado es una tentación muy grande. El caer en la amargura con el presente es una tentación enorme. Hemos de orar para que el Señor nos deje ver su amor y nos ayude a utilizar los recuerdos para la esperanza de que, si Dios pudo darnos esas cosas hermosas, probablemente también tenemos cosas buenas en este momento a nuestro alrededor, y con total seguridad, hay muchísimo bueno por venir.