El hambre había provocado el temor de no tener nada que comer, y su esposo Elimelec, no era un hombre paciente ni aún en la abundancia. Elimelec estaba convencido de que tendrían una vida mejor en Moab. Esto había asustado a Noemí tanto como el hambre, porque en Moab no existía ningún temor de Yahweh.
Los Moabitas adoraban a Quemos, un dios sediento de sangre. Noemí había orado desesperadamente para que llegara una buena cosecha y no tuvieran que irse. Pero Yahweh no se había movido, así que fue su marido el que se movió y la llevó a ella y a sus dos hijos hacia allí.
Ahora, una década después, Noemí regresaba a su hogar. Los campos de cebada de Belén estaban llenos y maduros, pero era su casa la que estaba desierta. En Moab había sufrido la pérdida de sus hombres, y por eso, cuando la saludaban, respondíó:
-"No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso"
Los 10 años habían sido duros. Su esposo Elimelec había muerto al año de llegar, pero ella, atrapada entre el hambre que aún había en Judea y la cosecha que ya tenía plantada en Moab, no podía regresar.
Las cadenas aún la atraparon más cuando Mahlón y Quelión, sus hijos, se casaron cada uno con una mujer Moabita. Le dolió mucho al principio, pero Rut y Orfa la sorprendieron, siendo para ella consuelo en lugar de tristeza. Pronto llegó a amarlas como a hijas.
Especialmente a Rut. Era maravilloso que una mujer así hubiese llegado a ser esposa de Mahlón. Noemí nunca había conocido a nadie como esa joven. Rut era amable y sabia, algo poco usual para su edad, y también era la que más trabajaba en la casa. Todo un oasis de alegría en el desierto particular de Noemí en las tierras Moab.
Pero de nuevo el Señor había traído un desastre sobre ella cuando sus hijos Mahlón y Quelión murieron. Esto la dejó desamparada, sin amor, sin hombres, sin riqueza. Quedó sin nada en una tierra en la que nadie se preocupaba por ella.
La muerte de sus hijos le arrebataría también a Rut y a Orfa, las únicas personas en ese lugar olvidado de Dios a las cuales le importaba algo. Fue como dos puñales clavados en su corazón, pero sin matrimonios a la vista o ningún otro medio para proveerlas, Noemí sabía que tenía que decir a las jóvenes que se marcharan. La mejor oportunidad que tenían las muchachas era volver a casa de sus padres y tener la esperanza de volver a casarse algún día. En cuanto a ella, volvería a casa con la esperanza de vivir de la buena voluntad de alguien que perteneciese al clan del difunto Elimelec.
Para las jóvenes, la decisión de Noemí fue dura . Lloraron juntas por los muertos y por la muerte de la vida que habían conocido. Ambas muchachas temían por la supervivencia de su suegra y expresaron su disposición por quedarse con ella. Pero Noemí no quiso escucharlas y Orfa desistió y se fue.
Pero no Rut. No quiso pensar en abandonar a Noemí, y cuando esta la presionó, hizo un juramento a Yahweh: "Dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Yahweh, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos" (Rut 1:16-17). El juramento no podía romperse, y Noemí se alegró y se entristeció a la vez.
Lo extraño es que en el favor de Rut hacia ella, Noemí reconoció el suave aroma del favor de Yahweh. Sin embargo, al llegar a Belén después de su sufrimiento en Moab, ella no podía ver que sus lágrimas estuviesen produciendo una cosecha. Todo parecía una tragedia.
Así parecía y así se sentía. Pero en realidad no era así.
En realidad el hambre, la emigración a Moab, las muertes de Elimelec, Mahlón y Quelión, la lealtad de Rut, el regreso en la cosecha de la cebada, la aparición de Booz y la de los compatriotas que no quisieron redimir a Rut, todo formaba parte del plan de Dios para redimir a millones de personas e injertar a una Moabita en la línea de sangre real del Mesías. Nadie podía haber visto esto desde su propia perspectiva particular.
Eso es lo que debemos recordar en nuestros tiempos de amargura, pérdida y desolación. Rara vez las cosas se parecen a lo que son en realidad. A veces parece que el Todopoderoso está tratando muy duramente con nosotros, cuando en todo tiempo está haciendo más bien del que podemos imaginar a nosotros y muchos otros.
Los propósitos de Dios en las vidas de sus hijos siempre son de gracia. Siempre. Si no lo parecen, no confíes en tu percepción. Confía en las promesas de Dios. Porque Él siempre está cumpliendo promesas.
Para leer la historia completa de Rut, pulsa aqui: El libro de Rut
Traducido del original por Jon Bloom en "when it seems like God did you wrong"