Unos alumnos estaban reunidos alrededor de su sabio maestro. Uno de ellos preguntó: "Maestro, ¿qué puede decirnos de los defectos?". El maestro señaló un pequeño retoño de árbol, apenas de un palmo, que sobresalia de la tierra y le dijo al alumno: "arranca ese árbol".
El alumno se dirigió al pequeño árbol y lo arrancó de raiz con una sóla mano. Entonces el maestro señaló otro retoño un poco mayor y ordenó "ahora arranca ese otro". El joven muchacho pudo arrancarlo con cierto esfuerzo, utilizando ambas manos.
De nuevo el maestro indicó otro árbol aún mayor, de la altura de una persona. El alumno no pudo arrancarlo ni intentando con todas sus fuerzas, así que llamó a un compañero. Entre ambos, completaron la tarea con un considerable esfuerzo.
Finalmente el maestro señaló un roble gigantesco y dijo "arrancadlo". Los alumnos intentarón estirar y arrancarlo entre ambos, haciendo su mejor esfuerzo. Llamaron a otros dos compañeros más y tiraron con fuerza, pero ni aún así les fue posible. Por fin, exhaustos dijeron "Maestro, no podemos arrancarlo".
"Así mismo son los defectos" dijo el maestro. Cuando todavía son jovenes y no han echado fuertes raices en nuestro corazón, es más fácil deshacernos de ellos. Pasado un tiempo es posible erradicarlos si empleamos la ayuda de un amigo. Pero si dejamos pasar el tiempo, desarrollan fuertes y profundas raíces en nuestro ser y necesitaremos algo más que la ayuda humana para arrancarlos.
Mateo 19:26
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