domingo, 24 de junio de 2012

La Ley y el Amor en la Tribu

Cuando en la antigüedad, las tribus dominaban Rusia, la tribu que tenía el mejor territorio era la tribu con el líder más poderoso y sabio.

Una de ellas en particular mantenía el control de la mejor tierra porque su líder era el más fuerte físicamente y el más sabio de todos. El éxito de esta tribu se debía a la justicia e igualdad y la sabiduría de las leyes que este gran líder había dado y defendido para su pueblo. Su palabra era ley y una de las leyes más grandes era que los padres debían ser amados y honrados. Otras de sus leyes era que el asesinato se castigaba con la muerte y que el robo debía ser severamente castigado.

La tribu prosperaba maravillosamente cuando, de repente, algo comenzó a alterar la paz y el crecimiento. Alguien en la tribu estaba robando. Se informó al gran líder de lo que sucedía y este hizo proclamar que si el ladrón era atrapado recibiría un castigo severo, diez latigazos del maestro del látigo de la tribu. Los robos continuaron a pesar de las advertencias, así que el castigo se elevó a veinte latigazos. Los robos siguieron aún y el castigo subió a treinta latigazos, y finalmente a cuarenta. Solamente una persona en la tribu podía sobrevivir a tal castigo, y ese era precisamente el líder, debido a la superioridad de su fuerza.

Finalmente el ladrón fue atrapado. Para el horror de todos, el ladrón no era otro que la madre del líder. La tribu quedó conmocionada ¿Qué haría su líder? La ley era que los padres debían ser amados y respetados en todo. Pero los ladrones debían probar el castigo del látigo. Muchos argumentos contradictorios se levantaron conforme se acercaba el día del juicio. ¿Iba el líder a satisfacer su amor salvando a su madre o iba a satisfacer su ley y hacerla morir bajo el látigo que nunca soportaría?

Pronto los miembros de la tribu se dividieron e incluso empezaron a hacer apuestas sobre lo que el jefe haría. El día del juicio llegó y todos se reunieron alrededor de una gran poste que fue clavado en el suelo. El gran trono del líder se colocó en un lugar destacado y con gran ceremonia, el líder entró y tomó su lugar en el trono en medio de un silencio aterrador.

Pronto trajeron a su madre, escoltada entre dos enormes guerreros. Era pequeña y delgada. La ataron al poste. La multitud murmuraba, debatiendo ¿cumpliría con el amor a costa de la ley? ¿o cumpliría con la ley a expensas del amor?. El maestro del látigo de la tribu entró. Un hombre fuerte con abultados músculos, con un gran látigo de cuero en su mano, y conforme se acercaba a la pequeña mujer, los guerreros le rasgaron la camisa dejando expuesta su débil y pequeña espalda a la crueldad del látigo. La gente enmudeció. ¿De verdad iba el líder a dejarla morir?

Se mantuvo mirando sin moverse. Todos los ojos saltaban de él hacia el maestro del látigo y volvían. El maestro del látigo tomó posición, su enorme brazo chasqueó el látigo en el aire y se preparó para dar el primer latigazo sobre ella. En todo corazón estaba la pregunta ¿permitiría que su amor fuese violado por su ley?

Justo cuando el maestro del látigo comenzó a abalanzar su brazo para el primer golpe sobre la pequeña y débil espalda, el líder sostuvo su mano para detener el castigo. Un gran suspiro salió de la tribu. Era su amor lo que iba a ser satisfecho. Pero ¿qué pasaba con su ley? Miraron como el líder se levantó de su trono y dio un paso hacia su madre. Conforme caminaba, se quitó su propia camisa. La tiró a un lado y abrazó a su madre con sus grandes brazos, poniendo su enorme y musculosa espalda frente al maestro del látigo. Después, rompiendo el pesado silencio ordenó, "Adelante con el castigo." De esa forma tanto su ley como su amor fueron satisfechos.

Traducido de un texto en http://www.amyfound.org/amy_writing_awards/writings/08Richards.html