miércoles, 18 de enero de 2012

Levanta el ánimo, recuerda lo alegre

La sonrisa de la persona que amas, saludándote por primera vez agitando su mano. El sol caliente en la piel y las risas mientras corres por la arena para zambullirte en el mar con tus amigos. El cachorro pequeño que te regalaron, dando sus primeros pasos. La ayuda desinteresada de aquella persona justo cuando la necesitabas...

Cuanto bien hacen esos recuerdos. La paz y la alegría te inunda al traerlos a tu mente. Sin embargo, es más frecuente que pensemos en problemas que no podemos resolver, en rencores que no podemos quitar, en ofensas que alguien nos hizo.

Y en muchas ocasiones esa misma persona que nos ofendió es alguien que también nos hizo pasar momentos agradables que nunca recordamos. Cuántas veces hemos dejado de hablar con alguien querido, con un amigo o familiar, por una rencilla que no puede ni tan siquiera ser comparada con la felicidad que esa persona trajo a nuestra vida en su momento.

Es nuestra naturaleza caída, imperfecta la que nos hace recordar el dolor y olvidar lo mucho bueno recibido. Pero podemos obligar la mente a recordar esos momentos alegres para sentirnos bien, volver a sentir el calor de esa sonrisa, el agua bañando la piel, las amables palabras dichas.

Todos tenemos esos buenos recuerdos. Elige alguno de ellos y recuerda, y piensa que aún vendrán muchos más como ese, pues vienen de las pequeñas cosas. Con frecuencia esos buenos momentos no nos parecieron tan especiales en el momento de vivirlos, pero el tiempo y la memoria los trae de nuevo reforzados en belleza.

No te resignes a los pensamientos que te entristecen, lucha trayendo el recuerdo de los cosas buenas que recibiste, y la esperanza de que aún recibirás muchísimas más.

Salmos 103:2

Romanos 5:5

-Manuel Bento Falcón

sábado, 7 de enero de 2012

La valiente Natasha

Una de las historias más conmovedoras acerca del sufrimiento cumpliendo lo que falta de las aflicciones de Cristo (Colosenses 1:24) se encuentra en la autobiografía de Sergei Kourdakov, El Perseguidor. Kourdakov estaba comisionado por la policía secreta Rusa para hacer redadas en las reuniones de oración y perseguir a los creyentes con extraordinaria brutalidad. Pero las aflicciones de una creyente cambiaron su vida:

"Ví como Victor Matveyev alcanzaba y agarraba a una joven [Natasha Zhdanova] que estaba intentando escapar a otra habitación. Era una chica joven preciosa. Que desperdicio que fuera creyente.

Victor la cogió y la levantó sobre su cabeza, sosteniéndola alto en el aire durante un segundo. Ella rogaba "No, por favor. Querido Dios, ¡ayúdanos!" Victor la lanzó tan fuerte que la chica golpeó la pared a la misma altura que fue lanzada y cayó al suelo semiinconsciente, gimiendo. Victor se dio la vuelta, se rió y exclamó "Apuesto a que la idea de Dios salio volando de su cabeza."

En una redada posterior, Sergei quedó impactado de ver a Natasha de nuevo.

"Supervisé la habitación rápidamente y ¡vi algo que no pude creer!. Allí estaba, ¡la misma chica! No podía ser. Pero era. Tan solo tres noches antes, ella había estado en otra reunión y había sido lanzada con crueldad a través de la habitación.

Fue la primera vez que de verdad la miré bien. Era más bonita de lo que la recordaba, una chica muy bonita de pelo largo, ondulante y rubio, grandes ojos azules y piel suave. Una de las jovenes con más belleza natural que he visto nunca...

La levanté y la volteé contra una mesa cabeza abajo. Dos de nosotros le arrancamos la ropa. Uno de mis hombres la sostuvo cabeza abajo y comencé a golpearla una y otra vez. Mis manos comenzaron a sentir punzadas de los golpes. Comenzaron a salirle ampollas en la piel. Continué pegándole hasta que trozos de carne ensangrentada salieron de mis manos. Ella gemía pero luchaba desesperadamente por no llorar. Para evitar sus llantos, se mordía el labio inferior hasta que la sangre acabó rodándole por la barbilla.

Al final abandonó y comenzó a sollozar. Cuando estaba tan exhausto que no podía levantar mi brazo para dar otro golpe, y su espalda era una masa de carne ensangrentada, la empujé fuera de la mesa, y ella se derrumbó en el suelo."


Para sorpresa de Sergei, la volvió a encontrar todavía en otra reunión de oración. Pero esta vez algo fue diferente:

"Allí estaba otra vez ¡Natasha Zhdanova! varios de los muchachos también la vieron. Alex Gulyaev se dirigió a Natasha con su cara llena de odio, con su porra levantada sobre la cabeza. Entonces algo que nunca esperé sucedió de repente.

Sin aviso previo, Victor saltó entre Natasha y Alex, encarándose con Él.

"Sal de mi camino," Gritó Alex enfadado. Los pies de Victor no se movieron. Levantó su porra y dijo amenzadoramente: "¡Alex, te digo que no la toques! ¡Nadie la toca!". Escuché con asombro. Increíblemente, ¡uno de mis hombres más brutales estaba protegiendo a una de los creyentes!

"¡Atrás!" le gritó a Alex. "Atrás o tendrás que vértelas conmigo." Escudó a Natasha, que estaba acurrucada en el suelo. Enfadado, Alex gritó "La quieres para tí ¿no?". "No" gritó Victor "¡Ella tiene algo que nosotros no tenemos!¡Nadie va a tocarla!¡Nadie!"

...Por una de las primeras veces en mi vida, me conmoví profundamente...¡Natasha desde luego tenía algo! Había sido horriblemente golpeada. Había sido advertida y amenazada. Había pasado por sufrimientos increíbles, pero allí estaba de nuevo. Includo Victor se había conmovido y lo había reconocido. Ella tenía algo que nosotros no teníamos. Quise correr tras ella y preguntarle "¿Qué es?". Quería hablar con ella, pero se había ido. Esta heróica chica Cristiana que había sufrido tanto en nuestras manos de alguna forma me tocó y me turbó en gran medida."

Más tarde, el Señor abrió el corazón de Sergei a las gloriosas buenas nuevas de Jesucristo. Cuando más tarde recordó a Natasha, a la cual nunca volvió a ver, escribió:

"Y finalmente, a Natasha, a la cual golpeé terriblemente y que estaba dispuesta a ser golpeada una tercera vez por su fe, quiero decir, Natasha, en gran medida gracias a tí, mi vida ha cambiado y soy un compañero creyente en Cristo contigo. Tengo una nueva vida delante de mí. Dios me ha perdonado; tengo la esperanza de que tú también.

Gracias, Natasha, donde quiera que estés.

Nunca, nunca te olvidaré".


Extraido y traducido del libro "Desiring God", por John Piper.